18.4.08

Acomódense y disfruten de la nueva amenaza

Aquí estoy de vuelta, fingiendo que -más de un año después de mi última aparición- a alguien le interesa el nuevo anuncio del regreso que nunca termina de concretarse. Será porque nunca volvemos del todo, condenados a no saber siquiera si nos hemos ido del todo, o si hemos dejado un pedacito nuestro atrás, en cada paso. Cada vez que nos bañamos en el río. En cada saludo y en cada despedida.

Personalmente, nunca me despido: las despedidas me parecen inútiles. Cualquier mirada puede ser la última en un mundo que es nuestro solo de prestado. Les confieso que mi intención era abandonar el blog, quizás sugestionado por las estadísticas que le ponen fecha de caducidad a nuestras ganas de expresar lo poco que sabemos decir, para los más pocos que tienen interés en escucharnos. Pero volví a la web y reencontré a mis viejos y queridos amigos. Por su influencia estoy de vuelta. Porque somos pocos, pero estamos. Estamos por ahí, rondando, con ganas de leer y ser leídos. Al fin de cuentas, nosotros escritores (y por ende, lectores) quizás sólo para eso existimos. Como una especie de espejos de una existencia que sería menos real si alguien no tuviera ganas de hacerla existir por escrito. Una existencia que transformamos a nuestro antojo con nuestras letras, pero termina siendo real y hasta convirtiéndose en documento de una época.

Como ven, mis escritos están todavía más enredados que antes. El año de vida transcurrido no me he vuelto maduro, sino apenas “más duro”, de cerebro y de entendimiento. De alma también, un poco. Suele pasar, cuando nos volvemos viejos.

Y antes de que seamos viejos, bienvenidos de vuelta y revuelta a este desierto paraíso de hielo que son los bosques del Tigre Blanco. A ver si puedo despertar la curiosidad con algún escrito. De lo contrario, ahí les dejo un almohadón tigresco para echarse una siestita.

Pero no se limiten a leerme solo a mí. Mis amigos habitan los linderos de este vacío. Elia nos ofrece las flores de las ruinas que habita. Nacho pide que le escuchen apenas un cacho. Lía tiene el valor de abrir el cofre de su musa para que lo veamos. Silvana no se achica a la hora de poner en exhibición el gran narcisismo, suyo, tuyo y mío. Ramón nos muestra la sencilla complejidad de una vida cotidiana. Y también estamos tratando de poner en orden la Casa Abandonada.

Piérdanse con placer por estos bosques. Quizás ustedes sí tengan la fortuna de encontrar el otro lado de ustedes mismos.

Saludos felinos.

17.3.07

Los niños grandes y el reino perdido.


Ocurrió una tarde cuando salía del trabajo, cansado y frustrado por no haber terminado la tarea encargada y por tener que llevármela a casa. Mientras abría mi auto, metía adentro los papeles y me aflojaba la corbata, pasó por la vereda de enfrente una pandilla de niños en bicicleta que se dirigían al parque vecino. Los miré con tal cara de odio que después hasta tuve vergüenza. Si bien soy una persona a la que no le gustan los niños -a quienes en su generalidad considero seres absolutamente molestos-, la mirada de odio esta vez fue más bien mirada de envidia.

Ahí estaba yo, saliendo en libertad condicional de mis ocho horas diarias, y ellos, como si nada, con el viento en el rostro y el parque como meta, sin nada mejor para hacer que reír y dar vueltas. Me sentí tan amargo que tuve ganas de detenerlos y contarles lo que les esperaba dentro de 12 o 15 años. Pero imaginé que eso iba a ser todavía peor: ellos ni me iban a dar importancia y yo iba a quedar aún más amargado.

Entonces empecé a buscar actividades para despejar mi cabeza a mitad de semana y todas mis posibles compañías para tales actividades arrojaron un “no” por respuesta. Y todas las excusas tenían que ver con tareas inconclusas -situación similar a la mía- o con el cansancio. Esa tarde los detesté a todos, por convencerme aún más de que ya habíamos crecido.

Y esa noche, mientras sentado a la computadora trataba de completar mi trabajo, me pregunté dónde, en qué reino perdido, conquistado por qué terribles invasores, había quedado encerrado el niño que también antes se dirigía al parque vecino en su bicicleta, feliz, de cara al viento. Dónde fueron olvidados los piratas y barcos de plásticos, sus compañeros de aventuras. Dónde terminaron las pelotas de fútbol que tantas veces rompieron lámparas y vidrios del colegio. Dónde están ahora los dinosaurios baratos, los libros sencillos y repletos de ilustraciones, los lápices de colores, los videojuegos que algún día constituyeron un reto. Dónde quedaron, sobre todo, las tardes que uno podía pasarse tirado sobre una alfombra, sin hacer nada, con la cabeza en cualquier lado.

Fue en ese instante cuando quise escaparme. Sabía que, aunque gran parte del reino, del paraíso perdido hubiese sido conquistado por los invasores de la adultez, yo todavía podía encontrar un espacio de libertad. Tranquilamente guardé mi trabajo inconcluso y pensé que le diría a mi jefe que lo terminaría en la mañana. Si quería mandarme al diablo por eso, era libre de hacerlo, tampoco era tan importante. Y me dirigí feliz, casi con el viento en el rostro, hacia lo que quedaba de mi reino. Una carpeta en la pc con el título de “Escritos”. Esa noche escribí mucho, recorrí varios rincones de lo que me queda del paraíso. Y me hice la promesa de esforzarme por ser un día el rey indiscutible de aquellos parajes. De expulsar a los invasores foráneos y poner en vez de ellos a mis leales soldados.

Hoy ya no puedo recuperar a los piratas y dinosaurios de plástico, ni romper a pelotazos los vidrios del colegio. Pero puedo hacer que otros vivan en una hoja de papel mis aventuras perdidas. Y quizás, algún día pueda llevarlos a las más altas cimas de la consideración general y hallar el modo de que ellos, en retribución, me libren de esas pequeñas preocupaciones tales como ganar dinero. Reconquistar mi reino, mi vida, se convierte entonces en una meta por la que habré de trabajar lento pero seguro. No hay certeza de que lo lograré así como lo pretendo, pero al menos voy a morir peleando.

Saludos Felinos.

Acho.

18.2.07

Desde los amantes de Valardo a los grandes poetas


Tarde, como a todo en la vida, pero me pareció muy fuera de onda dejar pasar una fecha tan particular sin echarle al menos algunas palabritas, ya sean flores o flechas. Simplemente no pude aguantarme, así como el miércoles 14 no pude aguantarme las ganas de tocar el timbre de una casa cerca de mi trabajo y pedirle a la dueña que me regalara “una de esas flores tan lindas que tiene ahí y no sé cómo se llaman, porque si a mi novia le regalo una de esas trilladísimas rosas que se venden en cada esquina, creo que me va a mirar mal por el resto del mes”. La señora se rió mucho de mí y también la destinataria del regalo, pero a ambas les parecí un loco tierno. Y entonces el regalo no sólo es un regalo, sino la aventura que está dispuesto a vivir un caballero andante por darle a su dama algo diferente. Ja! Aprendan del maestro!

Si bien, con respecto al amor soy un gran cínico (y para colmo terminé relacionado con alguien tan o más cínica que yo), y odio el 14 de febrero, y todas las publicidades empalagosas repletas de corazones, Cupidos y demás parafernalia febrerística, no puedo dejar de reconocer que algo hay, que existe, como las brujas… Aunque no creo en ellas, de que las hay las hay.

Y el título de esta entrada del blog surge a partir de dos artículos muy interesantes que leí en el Correo Semanal -el suplemento cultural del Diario Última Hora de Paraguay-. Uno de ellos, el más cortito y que leí primero, llevaba por título y por tema a los Amantes de Valardo. Los dos esqueletos de más de seis mil años de antigüedad encontrados por arqueólogos en una excavación en Italia. Los restos yertos de dos jóvenes de otros tiempos que emergieron abrazados de las profundidades del tiempo y el olvido. Y les transcribo una partecita de las palabras de Eulo García, el autor del artículo: “Un abrazo infinito que no conoce de tiempos ni de arrebatos. Un abrazo eterno que olvida a la vida y desprecia a la muerte. Un abrazo tierno y lúgubre de dos esqueletos que alguna vez fueron jóvenes”. ¿Cuántas historias no podríamos nosotros ajustar a ese abrazo eterno e infinito?

Y el segundo artículo, perteneciente a Ana Strahm, titulado “Contemplaciones del corazón” hizo un lindo pero nada cursi recorrido a través de nuestros grandes maestros del amor, para llegar, al final, al amor mismo. Y dice: “Hemos aprendido el amor (o el desamor) de nuestros padres. Luego, en los cuentos de hadas siempre idealizados, los libros, las telenovelas (de donde internalizamos clichés y estereotipos), y luego, indefectiblemente empezamos a experimentarlo, a gozarlo, a sufrirlo en carne propia”. Y recuerda entre otros a García Márquez y su Amor en tiempos de cólera; a Scarlet O’Hara, la famosísima y trágica heroína de Lo que el viento se llevó; a Neruda y Matilde Urrutia: a Erich Fromm, quien consideró que amar es un arte; a Octavio Paz, a Sábato y su Resistencia, a Gabriela Mistral y su amor en la desgracia. Y cuántos otros más podría cada uno recordar. Pero la autora concluye: “Cada ser humano debe ir descubriéndolo, dulce, feliz, dolorosa, intensa y terriblemente día a día. No queda otra. Más que convertirse en piedra”.

Entonces… sí.
Ni siquiera yo me siento en posición de poder negarlo. Como tampoco puedo negar a los extraterrestres o a los fantasmas. Habrá seres humanos privilegiados que se darán el lujo de codearse con algunos de estos particulares entes, otros, habrán de vivir su vida en la cotidianeidad y en lo cotidiano habrán de encontrar el modo de ser felices, que a fin de cuentas es lo que todos queremos. No creo que sea necesario ser abducido por un alien, medio morir de miedo por haber visto un fantasma, ni vivir una historia de amor de tragedia griega o shakesperiana para decir que hemos vivido intensamente. Yo, personalmente, me conformo con ver una estrella fugaz y fantasear que es un ovni, o con una fotografía antigua devolviéndome la mirada desde alguna pared del cementerio. Y especialmente con que alguien me susurre al oído un cuento de Isabel Allende o algunas retorcidas líneas de Rayuela, en la calidez de una habitación cerrada, entre el algodón suave de las sábanas.

Hablando en serio, las mejores cosas de la vida no podemos comprobarlas.
Y no merecen ser negadas, desde ningún punto de vista. Ni siquiera por los cínicos y escépticos más recalcitrantes.

Saludos Felinos.