Personalmente, nunca me despido: las despedidas me parecen inútiles. Cualquier mirada puede ser la última en un mundo que es nuestro solo de prestado. Les confieso que mi intención era abandonar el blog, quizás sugestionado por las estadísticas que le ponen fecha de caducidad a nuestras ganas de expresar lo poco que sabemos decir, para los más pocos que tienen interés en escucharnos. Pero volví a la web y reencontré a mis viejos y queridos amigos. Por su influencia estoy de vuelta. Porque somos pocos, pero estamos. Estamos por ahí, rondando, con ganas de leer y ser leídos. Al fin de cuentas, nosotros escritores (y por ende, lectores) quizás sólo para eso existimos. Como una especie de espejos de una existencia que sería menos real si alguien no tuviera ganas de hacerla existir por escrito. Una existencia que transformamos a nuestro antojo con nuestras letras, pero termina siendo real y hasta convirtiéndose en documento de una época.
Como ven, mis escritos están todavía más enredados que antes. El año de vida transcurrido no me he vuelto maduro, sino apenas “más duro”, de cerebro y de entendimiento. De alma también, un poco. Suele pasar, cuando nos volvemos viejos.
Y antes de que seamos viejos, bienvenidos de vuelta y revuelta a este desierto paraís

Pero no se limiten a leerme solo a mí. Mis amigos habitan los linderos de este vacío. Elia nos ofrece las flores de las ruinas que habita. Nacho pide que le escuchen apenas un cacho. Lía tiene el valor de abrir el cofre de su musa para que lo veamos. Silvana no se achica a la hora de poner en exhibición el gran narcisismo, suyo, tuyo y mío. Ramón nos muestra la sencilla complejidad de una vida cotidiana. Y también estamos tratando de poner en orden la Casa Abandonada.
Piérdanse con placer por estos bosques. Quizás ustedes sí tengan la fortuna de encontrar el otro lado de ustedes mismos.
Saludos felinos.