Guía para un viaje "tigre adentro"
Cuando tenía mis 17 años, como todo adolescente y más aún, como adolescente aspirante a escritor, era un dramático incurable. Las tragedias que golpeaban las vidas de los sufridos griegos, allá por los tiempos en que sus dioses caminaban todavía entre ellos, eran totalmente insignificantes, en comparación con las cosas que ocurrían en mi fuero interno. Mis desgracias eran directamente proporcionales al tamaño de mi ego. Bastante ilustrativo, ¿verdad?
Y en esta época hormonal y bipolar, llegó mi primera novia. Mucho antes tuve “amiguitas” por ahí, ya no era ningún neófito en ciertas cuestiones principalmente físicas, pero sí lo era en la complicadísima tarea de relacionarme sentimentalmente con otra persona. Y yo, que siempre fui un cachorro de tigre feliz de vivir en lo más oscuro de su cueva, de repente tenía que salir. Salir para mostrarme y salir para ver a la otra persona. Ambas cosas me parecían muy difíciles.
Era un tira y afloje constante que a veces se expresaba en palabras, y otras en silencios. Bueno, de ella eran las palabras, míos los silencios. Y no había forma de que nos entendiéramos, cada uno concentrado en sus respectivos requerimientos, incapaz de ceder a los pedidos del otro. Y nunca me olvido de ese cuento tan repleto de desilusión que escribí cuando cortamos, apenas cuatro meses después de la noche en que nos dijimos que nos queríamos, por primera vez.
El relato se titulaba “El viaje”, y cristalizaba esa especie de puñalada que recibió, a consecuencia de esta relación, mi ideal de “verdadera comunicación entre dos personas”. Yo me quise mostrar a ella en todo el esplendor de mi oscuridad. Le quise revelar esas rarezas que me constituían, esas reflexiones medio sacadas de contexto, todo eso que yo atesoraba con más cariño. Y a ella le bastaba con ser la novia de ese chico atractivo del curso superior, de quien tanto hablaba con sus compañeras. Quería que yo le dijera “te quiero” unas veinte veces al día, que fuéramos al cine, al shopping y a las fiestas, las consabidas satisfacciones físicas… y nada más. Y yo también quería cosas como esas, pero además tenía un gran universo negro adentro que bullía por revelarse. E imprudentemente se lo quise mostrar.
Primer paso: El camino.Pienso que existe un camino base que recorrer en todas las relaciones. Sería prácticamente una autopista bien asfaltada y organizada. Quien más quien menos sabe como manejarse en esta parte de la vía, es prácticamente tan convencional como el encabezado de una carta. Seguimos ciertos pasos y ya estamos encaminados. A veces no faltan choques y roces, pero generalmente, nada que lamentar.
Pero de repente, casi sin darse uno cuenta, se pasa a un camino de tierra. Ahí ya hace falta ser un conductor más diestro. Recorrer senderos que nos lleven “tierra adentro” nunca es fácil, abundan las sorpresas a lo largo del mismo. Sería la segunda etapa del conocimiento de la otra persona. Ya pasamos lo superficial y constante, y empiezan a mostrarse las joyas y el barro. Actitudes que nos gustan, y también mañas y manías. Momento de sacar las uñas. Muchas parejas se quedan en esta etapa, se casan y llegan así hasta la meta última de sus vidas. Pero hay algunos desubicados que quieren avanzar todavía más.
Y se encuentran con que ya no hay siquiera camino de tierra. Hay que dejar el auto y bajarse a caminar. Es agotador y muchas veces infructuoso. Y cada vez es peor, porque el camino tiende a adentrarse en lo profundo de un denso bosque que amenaza con no revelarnos la salida.
Segundo paso: La casa recubierta de hiedra.¡Mas el camino lleva a algún lado! Genial. Hay una casa en un claro del bosque, hecha de piedra fría y recubierta con la hiedra del abandono, con muebles y utensilios que son recuerdos de algún pasado, heredado o adquirido. Hay que ser educados e invitar a pasar. Claro que el polvo acumulado no causa una muy buena impresión y el huésped empieza a pensar que debe existir una buena razón por la cual el lugar no es muy frecuentado. Y por supuesto que la hay: en este caso no son muchos los llamados y son aún menos los elegidos. El dueño de casa es muy selectivo con sus invitados. Lástima que esto sea también un permiso de entrada a la dejadez.
Tercer paso: El gato negro y el ciprés.
¡Pero existen otros seres vivos en medio de tanto abandono! Un ronroneador gato negro, con alma de brujo y necesitado de cariño. Y un ciprés en la entrada, con sus pies de árbol en la tierra, pero que aún así mira las estrellas y sueña con irse a vivir con ellas. Los representantes de un injustificado rechazo a lo que vive escondido y no terminamos de entender, y de una oculta tristeza nacida de sueños que temen no ser cumplidos.
A esta pobre chica, mi primera novia, la llevé sin anestesia por estos tres pasos. Por supuesto, el resultado de la excursión fue catastrófico. Ella huyó despavorida y yo quedé bastante dolorido. Y todo podría resumirse en el comentario que, estando en la cantina del colegio, mi amiga oyó de sus propios labios y luego me lo volvió a transmitir. Dice que una de sus compañeras le preguntó a mi ex
“¿Por qué cortaste con Ignacio?”. Y la respuesta fue
“Ay, es muy lindo y todo lo que quieras, pero está bastante loquito”.
Saludos desde algún lugar del camino.
Acho.
PS: La pintura, ni falta hace que les aclare, es del genial Vincent Van Gogh: "Road with cypress and star". Si quieren ver obras de Van Gogh, pongan "Van Gogh" en Google y les van a llover las opciones jejeje. Hay mucho de lindo para ver.