“A veces una vida no basta para conocer al extraño que nos habita”
(lo dijo alguien, no recuerdo quién)
(lo dijo alguien, no recuerdo quién)
Me veo en la necesidad de dejar mi egolatría de lado por un rato, y permitir que otra voz aparte de la mía resuene en el silencio de este blog. Les dejo con él, para que escuchen su versión del cuento. Saludos Felinos. Acho.
Soy el Extraño. Y sé que cuanto ustedes desean saber es lo que ocurrió el día en que “el Tigre Blanco” y yo nos vimos las caras. Entonces voy directo al grano.
Supe que llegaba desde que oí el chirrido del portón. Tanto tiempo de habitar en una casa abandonada y conocer sus sonidos y silencios, le facilitan a uno saber cuándo llegan las novedades, cuándo llega la diversión. Lo observé por una de las ventanas de vidrios rotos, él no me vio ni por equivocación. Estaba embelezado observando las plantas y las flores como un tonto. Escuché sus pasos dubitativos sobre la madera del zaguán, luego el retumbar de sus pisadas en la vacía primera estancia. Me mostré en la escalera, para ver si de una vez decidía concentrarse en lo importante de todo este asunto. Me vio y se lanzó casi corriendo hacia mí. Mi plan había resultado: había captado su atención tan dispersa. En ese aspecto (y en muchos otros) es igual a un niño de seis años.
Lo esperé en uno de mis cuartos favoritos de todo este enorme lugar en el que estoy agradablemente confinado: la habitación repleta de viejos y arrugados papeles. Ellos son recuerdos de otras épocas o ideas que todavía no han llegado a materializarse. Para ser sinceros, la mayor parte de nuestra producción se encuentra en este cuarto. Lo que guardamos en el otro, más ordenadamente, es totalmente relativo y casi sin valor. Lo aguardé sentado en el sillón, de espaldas a la puerta y de frente a la ventana, fanfarroneando una especie de recreación del famoso relato “Continuidad de los parques” que algún día tanto nos gustó a los dos. Se me hace que ni se dio cuenta de todo el teatrito y su significado más profundo. Últimamente tiene la cabeza en cualquier parte. ¿Será que los lectores de su blog son un poco más despiertos y lo comprenden?
Sí le llamó la atención lo que yo tenía sobre el regazo. Una máscara veneciana les dijo él, porque le gusta hacerse del culto. Hablando sin rebusques podemos decir: una máscara de carnaval. Esto me imagino que lo entendió, hasta alguien como él debería comprenderlo fácilmente. Se lo quise hacer notar porque es algo que me fastidia: él se cree un genio por esconderse bajo una máscara. Tanto se esconde que lo más probable es que vaya convirtiéndose en esa máscara, mientras yo me hago cada vez más sombra y toda la casa se desmorona todavía más con cada terremoto que por su culpa la agita. Va a llegar el día en que todo se vendrá abajo. Eso es simplemente inevitable.
Cuando me vio, se me quedó mirando como si fuera un fantasma. Aparentemente algo era diferente a lo que él imaginaba, ya les contará el tigre qué cosa fue, yo no quiero extenderme en suposiciones. En cambio, para mí fue exactamente lo que esperaba. Porque aunque él se olvide de mí por largas temporadas, yo no dejo de observarlo.
Intercambiamos un par de palabras y le invité a recorrer la casa. Le hablé de cada habitación, de cada vidrio roto, de cada mueble desvencijado. Le dije lo que yo sabía, porque tampoco a mí me es dado conocerlo todo. Él se quedaba callado y no podía disimular su desconfianza. Ni su miedo. A pesar de que me tiene cariño, él cree que yo soy oscuro y algo maligno, que es mejor mantenerme encerrado en esta mansión derruida. Yo no me hago problemas, lo acepto. Aún cuando preferiría que él comprendiera que eso no es lo más conveniente. Ninguno de los que quiso enterrar a su yo más profundo terminó bien el cuento. Cuando se iba, yo le dije que lo mejor es el equilibrio, que cada uno tengamos nuestro espacio. No sé si me escuchó. A lo mejor, sería bueno que ustedes se lo hicieran comprender.
Supe que llegaba desde que oí el chirrido del portón. Tanto tiempo de habitar en una casa abandonada y conocer sus sonidos y silencios, le facilitan a uno saber cuándo llegan las novedades, cuándo llega la diversión. Lo observé por una de las ventanas de vidrios rotos, él no me vio ni por equivocación. Estaba embelezado observando las plantas y las flores como un tonto. Escuché sus pasos dubitativos sobre la madera del zaguán, luego el retumbar de sus pisadas en la vacía primera estancia. Me mostré en la escalera, para ver si de una vez decidía concentrarse en lo importante de todo este asunto. Me vio y se lanzó casi corriendo hacia mí. Mi plan había resultado: había captado su atención tan dispersa. En ese aspecto (y en muchos otros) es igual a un niño de seis años.
Lo esperé en uno de mis cuartos favoritos de todo este enorme lugar en el que estoy agradablemente confinado: la habitación repleta de viejos y arrugados papeles. Ellos son recuerdos de otras épocas o ideas que todavía no han llegado a materializarse. Para ser sinceros, la mayor parte de nuestra producción se encuentra en este cuarto. Lo que guardamos en el otro, más ordenadamente, es totalmente relativo y casi sin valor. Lo aguardé sentado en el sillón, de espaldas a la puerta y de frente a la ventana, fanfarroneando una especie de recreación del famoso relato “Continuidad de los parques” que algún día tanto nos gustó a los dos. Se me hace que ni se dio cuenta de todo el teatrito y su significado más profundo. Últimamente tiene la cabeza en cualquier parte. ¿Será que los lectores de su blog son un poco más despiertos y lo comprenden?
Sí le llamó la atención lo que yo tenía sobre el regazo. Una máscara veneciana les dijo él, porque le gusta hacerse del culto. Hablando sin rebusques podemos decir: una máscara de carnaval. Esto me imagino que lo entendió, hasta alguien como él debería comprenderlo fácilmente. Se lo quise hacer notar porque es algo que me fastidia: él se cree un genio por esconderse bajo una máscara. Tanto se esconde que lo más probable es que vaya convirtiéndose en esa máscara, mientras yo me hago cada vez más sombra y toda la casa se desmorona todavía más con cada terremoto que por su culpa la agita. Va a llegar el día en que todo se vendrá abajo. Eso es simplemente inevitable.
Cuando me vio, se me quedó mirando como si fuera un fantasma. Aparentemente algo era diferente a lo que él imaginaba, ya les contará el tigre qué cosa fue, yo no quiero extenderme en suposiciones. En cambio, para mí fue exactamente lo que esperaba. Porque aunque él se olvide de mí por largas temporadas, yo no dejo de observarlo.
Intercambiamos un par de palabras y le invité a recorrer la casa. Le hablé de cada habitación, de cada vidrio roto, de cada mueble desvencijado. Le dije lo que yo sabía, porque tampoco a mí me es dado conocerlo todo. Él se quedaba callado y no podía disimular su desconfianza. Ni su miedo. A pesar de que me tiene cariño, él cree que yo soy oscuro y algo maligno, que es mejor mantenerme encerrado en esta mansión derruida. Yo no me hago problemas, lo acepto. Aún cuando preferiría que él comprendiera que eso no es lo más conveniente. Ninguno de los que quiso enterrar a su yo más profundo terminó bien el cuento. Cuando se iba, yo le dije que lo mejor es el equilibrio, que cada uno tengamos nuestro espacio. No sé si me escuchó. A lo mejor, sería bueno que ustedes se lo hicieran comprender.

Gracias por la paciencia.
El Extraño.
PS del Extraño: Le hice el favor al fulano ése de ilustrar este post con otra de sus imágenes favoritas, que encontró en esa página http://www.abandoned-places.com/ .
Ésta, específicamente pertenece a “Compagnie Maritime Belge”, que ya recomendó en otro post anterior, y cuyo link directo es éste:
Creo que algo que todavía no hizo es citar el nombre de quien toma todas estas fotografías que tanto le gustan y cumple su sueño frustrado de hacer esas exploraciones urbanas en lugares abandonados: un belga de 37 años llamado Henk van Rensbergen. Algún día le haremos llegar nuestras felicitaciones por su página.